lunes, 14 de mayo de 2012

Post 7. La identidad de las redes y las identidades modulares


Una de las características más relevantes de la producción económica de los últimos decenios es el aumento de la velocidad de los ritmos productivos y de la capacidad de las empresas de acortar radicalmente las diferencias temporales entre la fabricación del producto y su presencia en el mercado.

Entre otros varios factores que explican estas posibilidades, incluyendo al perfeccionamiento de las redes de distribución, las comunicaciones telemáticas, el desarrollo de las bases de datos etc. se encuentra el éxito de las técnicas enmarcadas dentro de las llamadas “arquitecturas modulares de producto”. Las empresas, transformadas en acopladores de piezas modulares, pueden responder de manera inmediata a las fluctuantes demandas y, al mismo tiempo, crear nuevas  demandas desde una oferta siempre diversa y cambiante. A partir de un número limitado de componentes se crean infinitas combinaciones que dan lugar a formas y funciones  aparentemente diferentes y “personalizadas”. Cada uno de esos componentes que pueden ser combinados e integrados en un todo mayor se llaman  módulos.

“La arquitectura modular del producto se crea cuando las interfaces entre elementos funcionales se diseñan con el fin de permitir la mezcla y el acoplamiento de los diferentes componentes para conseguir de forma rápida variaciones de un mismo producto” Por ejemplo, hace ya algunas décadas, “Sony (junto a su empresa subsidiaria Aiwa) utilizó la arquitectura modular para la creación de su walkman con el fin de producir más de 250 variaciones del producto en el mercado de los Estados Unidos durante un período de diez años. Cada variación del producto consistía en la nueva configuración de uno de los componentes que ofrecía al consumidor una nueva combinación de funciones, prestaciones, niveles de calidad y precios. Sony y Aiwa emplearon la flexibilidad de la configuración para satisfacer las demandas resultantes de una “investigación de mercado en tiempo real” generando un flujo de variaciones que servía para testar las preferencias de los consumidores y, consecuentemente, afinar las características del producto final” (Ron Sánchez)[i]

Lev Manovich por su parte, en otro registro teórico, ve en la modularidad (junto con la representación numérica, la automatización, la variabilidad y la transcodificación uno de los cinco principios básicos de  los lenguajes de los nuevos medios). El objeto de los nuevos medios presenta siempre una estructura modular: “Los elementos mediáticos, ya sean imágenes, sonidos, formas o comportamientos, son presentados como  colecciones de muestras discretas (píxeles, polígonos, vóxeles, caracteres o scripts) unos elementos que se agrupan en objetos a mayor escala, pero que siguen manteniendo sus identidades por separado”.

Ahora bien, no es difícil ver en esta “modularidad de los objetos” una correspondencia directa con la “modularidad de los sujetos” en las redes. Podemos  arriesgarnos a afirmar que se ha producido una “modularización universal” de objetos y sujetos. La modularidad se convierte en una norma de articulación de las diferentes entidades del mundo físico y social. El modelo reticular se hace hegemónico y exige que los sujetos, sus subjetividades y sus identidades, se conviertan en módulos acoplables a las diferentes formas y combinaciones que requieren las redes. Para que se produzca ese acoplamiento psicosocial se necesita, a su vez, que existan códigos e interfaces comunes entre los sujetos, es decir identidades y culturas compartidas. De esta manera las características estructurales de las redes, flexibilidad, movilidad y precariedad, se hacen extensivas a los sujetos que las conforman. Nacen así las “identidades modulares” con capacidad potencial de combinarse, enlazarse o integrarse con otras, en particular para la realización de las diferentes formas de trabajo relacional y colaborativo.

Los nuevos modos de organización del trabajo y de los vínculos organizacionales que suceden el plano de la estructura, repetimos, demandan una articulación de los individuos y subjetividades, a través de las “identidades modulares”. Para ello se requieren de capacidades y competencias psicosociales como la capacidad de lenguaje, de manipular símbolos, interpretar textos e imágenes etc. pero también la capacidad de resistencia al estrés de los cambios, la capacidad de trabajar “conectados” pero físicamente distantes, la capacidad de renuncia a parte de la identidad personal para poder integrarse en proyectos comunes etc. Todo esto configura una topografía de vínculos y estructuras organizacionales radicalmente nuevas que es necesario conocer en sus configuraciones concretas, es decir, tal y como se manifiestan en diferentes formas reticulares: espacios de co-working, plataformas de intercambio de servicios, “enjambres” de redes etc. Se abre así un enorme campo para la investigación y para el diseño estratégico de estas nuevas configuraciones organizativas.




[i] Sánchez, R.” Maximizar los  beneficios de la modularidad”. Revista Capital Humano Nº 172.

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